El pequeño saltamontes
no se encontraba muy bien
en el colegio los otros
no querían jugar con él.
El recreo lo pasaba
viendo a los demás jugar
y aunque a veces lo intentaba
no contaban con él jamás.
Dando muy tristes saltitos
llegaba solo a su casa
su madre muy preocupada
le preguntaba ¿Qué te pasa?
¡Eso me pregunto yo!
¿Por qué no cuentan conmigo?
parece que no existiera,
nadie quiere ser mi amigo.
El saltamontes de un salto
se metía en su habitación
y allí pasaba la tarde
lamentando su situación.
De repente y sin aviso
algo mágico sucedió,
el sillón donde estaba sentado
tímidamente le habló.
-Hola amigo estoy aquí
¿Estas cómodo en mi cojín?
El saltamontes asustado
no sabía que decir,
con los ojos como platos
miró a su alrededor
y todos le estaba mirando
desde la alfombra al colchón.
Estaban muy extrañados
y decían sin decir:
¿Por qué no nos haces caso?
¿Somos poco para ti?
Él los fue mirando a todos
y sorprendido respondió
-Perdón por no valoraros,
no era esa mi intención.
Hablo con cada uno de ellos
y a todos agradeció.
A la flor de la maceta
le alabo su buen olor,
a la ropa por su abrigo,
por su luz a la bombilla,
por ser útiles y cómodas
a la mesa y la silla.
Al sentirse agradecido
la tristeza se marchó.
–En este mismo momento
No hay espacio para dos.
Mirando de un lado a otro,
mil gracias a todo dio
-¿Por qué no lo he visto antes?
gritaba de la emoción.
Gracias por estar aquí,
por el aire al respirar,
por mi madre que antes triste
al sentir que la apreciaba
estoy oyendo cantar cantar.