—Mira estos arbolitos, nacen todos juntos parece que están hablando entre ellos —dijo Tana.
Las niñas estaban paseando por el jardín como de costumbre y Tana señalaba a un grupo de arbolitos que vivían a los pies de la sierra cerca de un arroyo. Entre ellos destacaba uno muy gordo.
—Son chaparros —dijo Coletas.
—¿Qué son chaparros?
—Son arbolitos jóvenes nacidos de una bellota. De mayores se les llama encinas.
—¿Parecen amigos? —dijo tana— seguro que lo pasan bien.
—Sí, son amigos, pero hay uno que es raro.
—¿El gordo?
—No, no es el gordo
—Pues es al que veo más diferente.
—Todos son diferentes, pero hay uno que dice cosas muy raras, escucha —dijo Coletas entregándole a Tana la trompetilla.
—Gordinflón… cara de melón… mira cómo se mueve ja, ja, ja, ja —el que hablaba era el árbol más esbelto del grupo— vamos a reírnos del gordo le decía a el resto de sus compañeros.
—Se está riendo del árbol gordito —dijo Tana mirando a Coletas— voy a seguir escuchando a ver qué pasa
Tana se volvió a colocar la trompetilla llena de curiosidad.
—¿Por qué nos tenemos que reír de él? —decían los demás chaparros que no entendían nada.
—Es lo que hacen los niños. Lo he visto. Ayer estuvieron aquí cerca jugando y todos se metían con un niño que era diferente. Los niños son muy listos ¿Por qué no jugamos a imitarlos? Seguro que es un juego divertido.
—Podemos probar —dijo uno de ellos— ¿Nos reímos de tu copa tiesa y desplumada?
—Mejor nos reímos de tu tronco que es rechoncho como una patata —dijo otro.
—Y el tuyo tan largo y tan feo parece un fideo.
—Pues tú estás más torcido que la curva de un camino.
—Tus ramas son más largas que un mes sin agua.
—Y las tuyas más cortas que unas vacaciones en la costa.
Así los árboles empezaron a meterse unos con otros y lo que empezó como una broma acabó con enfados y gritos. Todos agitaban las ramas y estiraban los troncos, estaban tan nerviosos y disgustados que daban un poco de miedo.
—¡La que se ha liado! —dijo tana quitándose la trompetilla.
—No tenia muy buena pinta el juego, ya te dije que me parecía raro —dijo Coletas.
El árbol gordito los miraba desde su rincón sin entender. Y viendo que nadie hacia nada decidió intervenir, y venciendo su timidez dijo muy alto.
—A mí no me importa ser gordo. Estoy bien así. Dejemos de jugar como los niños, no es divertido.
Se hizo un corto silencio.
—A mí no me importa ser bajo —dijo otro que se había quedado ronco de tanto chillar para defenderse de los insultos— los árboles, las plantas y los animales no nos reímos de los demás por su aspecto, eso no es divertido dijo tocándose la dolorida garganta.
—Nosotros sabemos que cada uno es de una manera diferente y no nos importa, nos respetamos, así se vive más tranquilo —dijo el árbol torcido que le dolían las ramas de tanto agitarlas.
—Los árboles nunca nos fijamos en la forma —dijo el chaparro de la pequeña joroba.
—Claro eso para nosotros no tiene ninguna importancia, nacemos con ella y nos gusta, dijo uno que tenia el tronco muy cortito y las ramas muy largas.
—Cada uno tenemos una forma diferente, eso nos hace únicos —dijo otro.
Los chaparros cada vez estaban más animados y contentos hablando de sus diferencias.
—Yo tengo cuatro ramas y casi todos tenéis tres. Soy único.
—Mi troco es demasiado largo, es perfecto como es.
—Y el mío muy corto. Yo también soy único y perfecto.
El arbolito esbelto viendo que su idea no había sido buena, y que ya nadie la seguía, se había quedado callado en un rincón.
—¿Por qué no dices nada? —le preguntó Coletas acercándose a él.
—Lleváis razón… a mí en realidad… tampoco me gusta mi copa, es demasiado estirada, debería ser más redondita —dijo un poco avergonzado.
—ja, ja, ja, rieron todos tú copa está bien así. Tú también eres único.
—Como yo —dijo el árbol del tronco grueso.
—Y como yo —dijo el jorobado— la joroba me hace diferente.
—Iguales son las máquinas sin vida que salen de las fábricas de los hombres —le dijo Coletas acariciando su tronco.
En ese momento el arbolito esbelto comprendió que los niños estaban equivocados y que no había nada malo en ser diferentes.
—No ha sido buena idea imitar a los niños, no son tan listos como parecen —dijo el arbolito esbelto sonriendo.
Todos los demás árboles se alegraron de que finalizara el juego, se compusieron las despelucadas ramas y lo celebraron con una fiesta en la chaparrera bailando y cantando con los pájaros y las flores que acudieron a celebrarlo con ellos.
Tana se quitó la trompetilla de la oreja.
—Si todos fuésemos iguales sería muy aburrido.
—Sí, seriamos como los muñecos.
—Que aburrimiento —dijo Tana— es mejor así. Me gusta que todos seamos diferentes como los árboles, las plantas y los animales, las piedras… tendremos que aprender de ellos y no reírnos de las diferencias… a veces en el parque he visto niños…
—A veces se nos olvida que tenemos formas únicas y diferentes como las plantas —dijo Coletas caminando de vuelta a casa.