Veranear en un huerto.
Hola amigos hoy os propongo unas vacaciones en el campo, más concretamente, en un huerto en producción con alberca o piscina.
Estos días de verano, a todo el mundo le apetece la playa, pero los que hemos pasado veranos en el campo sabemos que es una opción más que buena si estas cansado de aglomeraciones, y deseas pasar unos días tranquilos.
Recuerdo mis veranos campestres con cariño. Mis padres vivían del campo, veraneábamos en el. Nuestra piscina era la alberca que regaba el huerto donde entraba y salía el agua a diario, sin cloros ni productos químicos, donde había avispas, zapateros, libélulas e incluso alguna rana. En las albercas aprendimos a nadar y a hacer todo tipo de piruetas que hoy escandalizarían a muchos padres. Esperábamos con emoción a la furgoneta que pasaba por los campos vendiendo el pan y algunos comestibles. Solía pasar entre la una y las dos, cuando oíamos el ruido del motor y la bocina, salíamos corriendo de la piscina o abandonábamos la mesa, para comprar chicles envueltos en calcamonias con dibujos de tomates, pimientos… que pegábamos en los azulejos de la cocina. Recuerdo las siestas y las partidas de cartas, y como no, la lectura con las que ocupábamos las horas más fuertes de calor. A la caída de la tarde, salíamos a jugar, nos encantaba ir al huerto y arrancar los pepinos y los tomates de la mata; recuerdo los granados y un peral. Paseábamos con los burros, la aventura empezaba por cogerlos, pues normalmente no se dejaban y cuando nos veían aparecer, a pesar de estar maneados, corrían que se las pelaban. También recibíamos visitas o visitábamos nosotros otros campos con niños para jugar, nos metíamos en los arroyos, entre las adelfas hacíamos cabañas y nadie se extrañaba de no vernos en toda la tarde, siempre aparecíamos, sin que nadie nos llamara ni salieran a buscarnos, a la hora de la cena. Caerse era una cosa normal, y siempre teníamos algún rasguño en las rodillas o en alguna otra parte del cuerpo. Muchas veces se nos clavaban espinas sobre todo en las manos y los pies, entonces íbamos a casa a que nos curaran con agua oxigenada y mercromina o nos sacaran las espinas con una aguja; mi madre era una experta sacando espinas. Nos acostaban rápido, más bien nos acostábamos nosotros de puro cansancio y amanecíamos dispuestos a vivir otro día.
También he pasado veranos de mayor ya más tranquilita. Recuerdo las mañanas desayunando al fresquito, y envasando o cocinando todo lo que se recoge del huerto, calabacín, tomates, judías verdes… Los aperitivos en la piscina, las siestas, las partidas de cartas, lecturas, y las tardes al merendando debajo de un olivo, restaurando algún mueble, cosiendo, o simplemente charlando. La hora de la cena, con productos del huerto, normalmente se hace fuera, a la luz de la luna, viendo pasar los aviones y mirando las estrellas, y se alarga hasta la madrugada. También alguna salida a conocer algún restaurante de la zona o visitar algún espectáculo de los pueblos en fiestas de los alrededores.
Desde aquí recomiendo, tanto los que no han pasado unos días de verano en el campo, como a los que lo añoran, que se animen. Alquilar una casa con huerto en cualquier pueblo puede tener el mismo precio que una casa en la playa y puede ser una experiencia inolvidable.
Si te gusta el plan contacta con nosotros. Estaremos encantados de buscarte un huerto especial para ti, a la medida de tus exigencias.